martes, 16 de diciembre de 2008

Unos inviernos atrás.


La noche empapada de 7 inviernos atrás, la luna ya parecía estar congelada. Las 8:50pm y yo fuera de casa, en la calle principal del festejo navideño de aquellos recuerdos, todos los lugares de esa vía estaban iluminados, las casas y edificios parpadeaban cesantemente, tan tarde y niños haciendo correr a sus padres tras ellos, las personas no paraban de hablar, en cada esquina, en cada parada se oían murmullos, de vez en cuando un fuego artificial silenciaba lo que dura un suspiro, pero enseguida los ruidos de los carros, lo animales y todo lo “no-mudo” continuaban haciendo una contaminación sonora.

Ese camino destellado y lleno de ecos, olía a un sinfín de aromas, esencias e incluso sabores, unos tras otros en la cera, comerciantes ambulantes con chocolates, semillas, gomitas, incluso algodones de azúcar esos no sólo los vendedores los anunciaban sino que además los niños con el azúcar pintada se veía en los labios, las mejillas, narices, dedos y alguno que otro que no se pudo resistir comérselo de una mordida quedándole por toda la cara el rastro pegajoso de éste. No sólo dulces para los más chicos igualmente vendían comida de todos los tipos, y para toda la gente, los olores era también a pólvora de todos los fuegos artificiales, cuetes y balazos, acompañando a los olores, los ecos y los destellos estaban los colores, impresionantes pues era como un gran desfile de tono y matices, fue bello como para archivarlo al recuerdo.

Daban ya las 9:15pm todo luce exactamente igual a media hora atrás, caminé un poco más por la calle, iba acompañado solamente de mí, hacía tanto frío, que ni el abrigo, ni los guantes o la bufanda lograron apaciguarlo así que entre tantas cosas encontré una banca bajo un árbol hermoso de cerezo, ahí con un frío desorbitado, con las luces, los murmullos, los olores, colores y dentro de la bolsa del abrigo un empaque pequeño de almendras dulces que le compre a un comerciante del otro lado de la cera, metí la mano a uno de mis bolsillos, saqué un tabaco y lo encendí. Todo era muy agraciado, ni siquiera me molestaba el ruido, el frío o esas muy enfadosas resacas del azúcar en mis dedos por culpa de las almendras, veía todo aunque en cierto modo no observaba nada.

Pero, infortunio tuvo mi tabaco, al morir por efecto de una gorda gota de agua que caía justamente del árbol precioso de cerezos.

9:23pm, acto seguido de una gota asesina, empezaron a caer millones de personalidades del cielo, unas muy buenas, bondadosas y otras malas, malvadas.

Bajo aquel cerezo, yo. Arriba del cerezo cientos de gotas trabajadoras, despertando al grandioso árbol, provocando un aroma exquisito, luego a lo no muy lejos alcance a ver una gota bondadosa limpiando el algodón de la cara de un niño, unas malvadas destruyendo los olores y las mercancías de los comerciantes, yo sólo observaba todo a mi alrededor, cada gota me distraía, y es qué eran tantas.

Santa, había adoptado tantas gotas como su traje se lo permitió, incluso algunas en conjunto caían al suelo devastadas, mientras el gordinflón ese corría de una lado a otro buscando un refugio con las barbas y el gorro navideño deshechos, en cambio Jesús, desde su cuna, derramaba lágrimas el inmóvil, pues su posición boca arriba lo obligaba.

9:41pm a esta hora parecían las gotas ganar la batalla, mientras otras tantas por todos lados y otras por allá se suicidaban, cayendo desde edificios y casas a las canaletas que seguro el sol evaporaría la próxima vez que saliera, u otras que se abatían hasta el suelo arrastrándose junto a una marcha con otras millones de gotas que venían de más atrás trasformándose así en un escandaloso riachuelo bañando ceras, zapatos de personas, pasto, y todo a su paso.

Yo sin nada por hacer, con el abrigo empapado, vi el tiempo correr, el odioso festejo navideño, la verdad no sé que hago aquí, pero 9:58pm y congestionado el transito, el cerezo y yo, yo ya pronto me iré, el cerezo no sé.